TOMASA CUEVAS

25-04-23

Brihuega, Guadalajara, 1917

Treballadora des dels nou anys, als catorze ingressa a la Joventut Comunista. En esclatar la guerra civil, s’incorpora a la defensa de la república en multitud de tasques en diversos llocs, sempre lligada a l’organització de les JSUC i, a partir del 1938, del PCE. Al final de la guerra és detinguda i empresonada a la presó de Guadalajara. En el judici és condemnada a trenta anys de presó, dels quals en complirà cinc a les presons de Durango, Santander, Ventas, Amorebieta i Segòvia. En sortir en llibertat, l’abril de 1944, és desterrada a Barcelona i s’incorpora immediatament a l’organització del PSUC. La seva activitat abastarà tots els fronts, des de contactar amb les guerrilles fins a portar armes, passant per les normals de propaganda, solidaritat, etc. És detinguda de nou el 1945 i salvatgement torturada durant quaranta-vuit dies a la Jefatura Superior de Via Laietana pels germans Creix i per Pedro Polo.
Finalment, és traslladada, en condicions físiques molt precàries, a la presó de dones de les Corts.

Quan surt en llibertat, continua la seva militància activa, es casa amb el seu company Miguel Núñez i té una filla; tot això en rigorosa clandestinitat i sense deixar de desenvolupar les tasques d’enllaç entre l’organització del Partit i les guerrilles.
Es trasllada a Andalusia, amb la seva filla de pocs mesos, per ser prop del seu company, destinat pel Partit a aquella regió per treballar políticament amb les guerrilles. Torna a Barcelona, perseguida per la policia, i es reincorpora a l’organització clandestina del PSUC; està a punt de ser detinguda de nou i, finalment, el 1953, el Partit l’envia a França, on viurà exiliada fins al 1961, que torna a Espanya.

L’any 1969 passa novament a la clandestinitat i, entre altres tasques, treballa amb l’equip central de propaganda del PSUC. Continuarà essent un punt de referència de la lluita antifranquista a Catalunya i, sobretot, de les accions solidàries amb els empresonats i perseguits per la dictadura. Ja en la democràcia, escriu una valuosa trilogia sobre les dones a les presons franquistes. Membre de l’Associació Catalana d’Expresos Polítics.

A continuació us deixem l’entrevista que la nostra associació va fer a Tomasa Cuevas:

ACPEPF: ¿Tú eres de la Alcarria, no?

Tomasa Cuevas: De un pueblo llamado Brihuega, donde nací el 1917, en una familia obrera. Mis abuelos eran un albañil y el otro panadero. Mi padre era un niño cuando empezó a trabajar en una fábrica de harinas del pueblo, y además había de ir a buscar leña para el horno.

ACPEPF: Tú empiezas a trabajar de muy joven.

Tomasa Cuevas: A los nueve años ya empecé a trabajar en una fábrica de género de punto, y
muy pronto adquirí conciencia de la explotación del trabajador, y empecé a reclamar aumento de sueldo. Trabajaba en la fábrica, en casa por la noche cosía medias, ayudaba en las tareas del hogar, ya que mi madre estaba enferma, bien, hacía de todo. A veces he pensado: ¿Cómo es posible que pudiera hacer tantas cosas? Debía ser la necesidad que me empujaba a hacerlo, el amor a mi madre y el ver que mis esfuerzos eran
útiles a mi familia y a mi casa.

ACPEPF: ¿Cuándo empiezas a tomar conciencia política?

Tomasa Cuevas: Trabajando en la fábrica, un día un compañero, Santos Puerto, va y me dice que es comunista, y que unos policías estaban esperando afuera para detenerlo, y entonces me pide que por favor sacara de la fábrica un paquete que él tenía y que se lo guardase, y así los policías, si lo detienen, no se lo encontrarán. Esta fue la primera acción clandestina de mi vida para el Partido Comunista, y desde entonces ya no he parado.

ACPEPF: ¿Pero tú entras primero en las Juventudes comunistas?

Tomasa Cuevas: Yo empecé a colaborar con el Partido Comunista sin estar afiliada, pero después de venir la república se fundó en nuestra tierra la Juventud Comunista, y con quince años me afilié.

ACPEPF: ¿Y la guerra, cómo la viviste?

Tomasa Cuevas: En abril de 1936 se había producido la unificación de las juventudes comunistas y socialistas, se habían creado las JSUC, y eso fortaleció mucho el movimiento juvenil. El ambiente estaba muy caldeado y cuando estalló la guerra me puse al servicio del partido, de la Juventud y de mi pueblo durante treinta y dos meses. Tanto estaba una temporada en un hospital, como participando en la organización de talleres de costura en Guadalajara, o haciendo trabajos de agitación y propaganda. Cuando llegó el final de la guerra yo estaba en Madrid y me fui para Guadalajara. Allí la cosa estaba muy mal, y después de ver a mi familia y de estar un tiempo en un pueblo de Ciudad Real en casa de una amiga, intento regresar a Madrid, pero allí no encuentro la manera de estar segura y después de muchos problemas regreso a Guadalajara andando los cincuenta kilómetros de distancia. Cuando llegué, destrozada por el viaje, todo el mundo se asustó mucho; la Guardia Civil vino a mi casa a interrogarme, y al final decidí marchar a ver si podía coger el tren que iba de Madrid a Barcelona. Cogí el tren y no había hecho «cuatro pasos»> cuando por la plataforma aparece Trallero, un fascista vecino de Guadalajara que me conocía de sobras. Llamó a la Guardia Civil, me detuvieron y me llevaron directamente a la cárcel.

ACPEPF: ¿Esto cuándo era?

Tomasa Cuevas: El 16 de mayo de 1939.

ACPEPF: ¿ Dónde te llevan?

Tomasa Cuevas: Me llevan directamente a la prisión de Guadalajara, al Rastrillo, y me ponen en la llamada «habitación de la sarna». En aquella habitación se acumulaban una masa de seres humanos, con un gran número de mujeres, y éramos tantos que no podíamos movernos. A veces, muy frecuentemente hacíamos turnos para poder sentarnos algunos mientras otros estaban de pie. Como había un desagüe en el suelo en cuyos bordes, muy sucios, tenían que apoyar la cabeza algunas presas. Todas las presas tenían sarna y yo también la cogí.

ACPEPF: ¿Te interrogaron?

Tomasa Cuevas: Durante varios días me llamaban por la mañana y por la tarde para hacer declaraciones. Empezaban a hacerme preguntas, algunas de las cuales me sonaban a chino, y otras consideré que no tenía por qué contestarlas; y a partir de aquí decidí no hablar, negándome rotundamente a decir ni una sola palabra. Los golpes y las patadas empezaron a ser frecuentes. Tomé la decisión de no hablar aunque me matasen. Me negué rotundamente a dar ningún nombre de los que me pedían. Se cabrearon mucho y me pegaron con mucha más rabia y hasta me patearon los riñones. Cuando llegué a la celda estaba hecha un aro, toda encorvada. Permanecí varios días tumbada en el petate. Cada día había declaración de distintas compañeras, y todas volvían martirizadas.
Recuerdo un caso muy desagradable que no olvidaré nunca. Un día abrieron la puerta y metieron a dos niños. Uno tendría cinco añitos y el otro no muchos más de dos y medio. Los recogimos, preguntamos por su mamá y el mayorcito nos dijo: «Se la han quedado unos hombres»>.
El pequeño lloraba desesperadamente llamando a su madre. Al cabo de dos o tres horas abrieron la puerta y arrojaron como un saco de patatas a aquella mujer, que no se la reconocía de tan desfigurada como estaba. Pero el mayorcito vio que era su madre. Se agarró a ella y lloraba, le decía cosas que para ser un niño pequeño eran verdaderamente terribles:
-¡Mamá, mamá! ¿Qué te han hecho esos hombres tan malos? Yo los mataré. ¿Qué tienes? ¿Qué te han hecho?. Yo creo que no hubo nadie en aquella celda que no llorase ante aquellos niños y aquella pobre muchacha. A los pocos días se llevaron a la muchacha y a los niños y ya no volvimos a saber de ella. Después me dijeron que la habían detenido en el tren de Madrid cuando cumplía una misión clandestina para reorganizar el Partido y que la habían matado poco después de verla nosotras. En esta primera estancia en prisión vi cosas que, cuando las recuerdo, aún se me ponen los pelos de punta. Me acuerdo, por ejemplo, de cómo casi cada día el numeroso grupo de mujeres, en su mayoría jóvenes, que vivíamos casi siempre en el patio, oíamos los terribles gritos y alaridos de nuestros compañeros golpeados por sus verdugos. Nosotras nos encogíamos, nos tapábamos los oídos con los puños cerrados, y nuestros cuerpos se contraían y el dolor se nos hacía también inaguantable.
Otro recuerdo imborrable es el de Consuelo Verguizas. Ella y su esposo estaban detenidos solo por no haber podido detener a su hijo, uno de los dirigentes del Partido Comunista en Guadalajara. Más tarde nos enteramos de que había pasado a Francia, pero detuvieron a los padres al no encontrarlo a él. Al padre le pegaron tanto que un día abrieron la puerta del patio de la cárcel y arrojaron unas botas ensangrentadas y alguna ropa. Llamaron a Consuelo y le dijeron: «Ahí tienes lo que queda de tu marido»>. Fue terrible.